Ni siquiera la Navidad ha apaciguado las iras de tirios y troyanos
Ni siquiera la Navidad ha apaciguado las iras de tirios y troyanos. No ha habido tregua, ni la hay, ni creo que la haya en esta España asombrada, mientras no acontezca una reacción que logre mandar a sus cuarteles de invierno tanto a unos como a otros. No sé como se ha podido llegar a esta situación, en la que parecen haber vuelto los peores fantasmas nacionales, aquellos que nos hundieron en la miseria desde poco antes de la muerte de Carlos II, los mismos que nos volvieron a empujar al abismo en tiempos de Carlos IV y Fernando VII, aquellos que lograron enfrentar irracionalmente a los españoles desde antes de 1931.
De una u otra forma esos fantasmas estuvieron tras la pared al menos sesenta años, aunque algunos se empeñen en negar la evidencia. Pero desde los primeros años del nuevo milenio han logrado abandonar su encierro para enturbiar y agitar unas aguas que anteriores tirios y troyanos habían logrado mantener calmadas. Los fantasmas han incitado a nuestros particulares troyanos a lanzarse, en solitario, a la conquista de su anhelada Roma (el Estado). Pero los tirios no pueden comprender cómo aquellos han dejado de compartir lo que llevaban años repartiéndose con cierta cordialidad, se sienten engañados y abandonados, por eso ahora juran venganza, puede que sea tarde. En su pecado llevan la penitencia.
Todo este permanente y odioso enfrentamiento viene ocasionado por unos cuantos defectos, no sé si llamarlos pecados, que tienen nuestras élites y, entre ellas y sobre todo, la política. A mi entender son muchas las taras que pueden achacárseles pero, por no alargar demasiado el desahogo dominical, lo voy a dejar en tres o cuatro. Que ya está bastante bien tratándose de élites.
La Pereza
Empezaré por la pereza, la última de las siete pasiones del alma que la tradición eclesiástica ha denominado como “pecados capitales”. Quizás de ella, aún siendo la última, se deriven casi todas las demás. Por la pereza una persona evita hacer lo que no le gusta o que le exige un esfuerzo del que, a corto plazo, no va a sacar el rendimiento que desea. El problema es que, a medio o largo plazo, esa inacción traerá consecuencias negativas, que producirán en el perezoso sentimientos de inseguridad, insatisfacción y hasta de culpa, aunque esta última sensación no suele darse frecuentemente entre nuestros políticos. Debido a la pereza es normal que aparezcan también otras imperfecciones de la personalidad, tales como la ira o la envidia. Ejemplos tenemos muchos entre nuestros políticos actuales.
Personas que, no por falta de medios y oportunidades, sino por pura pereza, no cuentan con la preparación técnica e intelectual que deberían poseer, conforme al cargo que ostentan, fácilmente son presa de ataques de ira, al verse superados por unas circunstancias que nunca van a poder controlar. Por lo mismo, el perezoso es presa de la perniciosa envidia, que tanto daño hace a las personas realmente válidas dentro de los partidos políticos. Sin embargo, en éstos hacen carrera muchos perezosos, aunque “listos”, que incluso llegan a ostentar cargos representativos de muy alto nivel, incluso llegan a ser presidentes de algunas Comunidades Autónomas o de alguna de las cámaras de las Cortes, como ya ha ocurrido.

La Avaricia
Otro grave vicio que parece ser difícilmente erradicable entre nuestra élite política es el de la avaricia. Ese deseo de acumular riquezas, mucho más allá de lo que podría considerarse necesario y hacerlo por el mero hecho de atesorarlos por puro egoísmo. La avaricia es la causa de las frecuentes traiciones y deslealtades que, luego, se intentan tapar en el seno de los partidos políticos. Es, además, el germen de la corrupción y del robo, que tienen como consecuencia la sustracción de recursos presupuestarios que deberían dedicarse al bien común.

Es un vicio que se convierte en codicia cuando pasa a ser irrefrenable, cosa que también se ha dado entre nuestros supuestos representantes (recuerden el caso Roldan) o entre funcionarios de cierto nivel (caso de los veinte millones de euros emparedados). Lo extraño en nuestro sistema político es que, a pesar de la teórica separación de poderes y del marasmo de leyes que tenemos, muchos de los personajes que se lo han llevado puesto, al poco se han ido de rositas, como si no hubiera pasado nada. Errores y retrasos justificados, o no, en los procedimientos, cuando no indultos nada justificables, facilitan que la comisión de delitos tan execrables, por haber sido cometidos por un servidor público, no sean castigados debidamente.
Esa situación ha conducido a mantener, entre nuestra élite política y sus satélites, verdaderas organizaciones mafiosas, que no sólo detraen recursos del erario, sino que, además, inducen a confiscación fiscal y a la inseguridad jurídica, espantando inversiones.
La mentira
La pereza y la avaricia a menudo conducen a la mentira. Al mentiroso no le queda otro remedio, porque en ambos casos le conviene engañar, incluso autoengañarse para poder seguir soportándose. Frecuentemente necesita echar mano de ella para integrarse en el grupo al que pretende pertenecer sin tener las condiciones para ello. También cuando su avaricia ha roto el saco o ha sido cogido con las manos en la masa. Por supuesto echa mano de ella cuando su falta de eficacia, de responsabilidad y de previsión, traen graves consecuencias a la sociedad. Lo curioso es que el mentiroso nunca se siente culpable y endosa el problema al contrario o al primero que pasa por ahí, le da igual, él se ha colocado a la defensiva y trata de salvarse, de asegurar su puesto y sus prebendas. Tenemos un cercano ejemplo de mentiras en las declaraciones de buena parte de nuestros políticos después de lo sucedido con la Gota Fría, ahora llamada DANA, del 29 de octubre de este año, que afectó a Aragón, Castilla-La Mancha, Andalucía, Cataluña y Valencia, pero sobre todo a Valencia y algunas poblaciones de Albacete. En este caso la mentira se viene cometiendo desde hace años, muchos años en los que, habiendo tenido delante informaciones reiteradas sobre zonas inundables y conociendo las soluciones técnicas para minimizar o, incluso evitar, este tipo de desastres, por meras cuestiones económicas, a veces inconfesables, se ha dejado de actuar con responsabilidad y con sentido de servicio y respeto a pueblo. Un pueblo que ahora lo ha perdido todo y al que siguen mintiendo.
Pero echando la vista atrás, y dejando de lado las mentiras que a diario tenemos que escuchar en los medios de adoctrinamiento, no se me olvidan las mentiras y los mentirosos que abundaban durante la pasada pandemia. No debemos olvidarnos de cómo utilizaron la mentira para mantenernos injustificadamente encerrados, cómo utilizaban el recurso del decreto para hacer de las suyas y de cómo mantuvieron cerrado el Congreso. Pero tampoco de las mentiras que utilizaron y utilizan para tapar los negocios que hicieron con el material sanitario, algunos de los cuales salpican a personajes que hoy están ostentando cargos en las más altas instituciones del Estado y otros que son meros esbirros de aquellos, pero todos ellos perezosos y avaros, además de mentirosos.

La soberbia
Por descontado, los anteriores vicios llevan a la soberbia. Sinónimos de ella son altivez, inmodestia, presunción, engreimiento, jactancia y un largo etcétera de nada bueno. Porque, evidentemente, el perezoso, el que ha llegado sin merecimiento alguno a puestos que nunca debería ostentar si no fuera por la magia de la partitocracia, necesita de todas esas artimañas para mantener su apariencia, su falsa valía. Pero, también el avaro, el que ha trincado por vicio, el que ha metido la mano en la caja, necesita emplear la soberbia para mantenerse por encima de todo aquel que ose ponerle en cuestión o sospechar de él. Necesita marcar las distancias, incluso ser realmente desagradable y amenazador, necesita infundir miedo, aunque no consiga el respeto. Y, como no, el mentiroso será soberbio, casi con toda seguridad, por las mismas razones. Se trata de mantenerse en el poder, sea como sea, menospreciando a quien sea, incluso amenazando con hundir la vida al que se ponga por delante.
Conclusión
En fin, solo cuatro vicios, pecados o pecadillos, según se mire, que están muy presentes en muchos de políticos con responsabilidades importantes y en otros con ansias de lograrlo. Cuatro vicios que, a veces, pocas, gracias a Dios, hacen que el honor deje de ser la principal divisa. Pero cuatro vicios que tienen mucho que ver con la falta de seguridad jurídica, con la ausencia de seguridad pública en algunos territorios, con una presión fiscal confiscatoria, con la pérdida de soberanía nacional en muchos aspectos, incluida la alimentaria, con el efecto llamada a una inmigración ilegal propiciada por ciertas mafias, con la falta de verdadera libertad (incluida la de opinión y de información), con la falta de calidad (puede que de manrera interesada) de la Enseñanza y la Universidad, con un insostenible modelo de estado y con una imperfecta democracia.
¿Habremos tocado fondo? No lo sé, si es por el que habita en La Moncloa, no lo creo, su objetivo es ÉL y para mantener el entramado que lo mantiene es capaz de todo.